Parece que la economía colaborativa va dejando atrás ese halo de controversia que tanto tiempo ha perseguido a este disruptivo fenómeno. Startups como Airbnb, Blablacar o Wallapop se democratizan, mientras el crecimiento de este tipo de modelos de negocios se prevé en más de 300.000 millones hasta 2025.
Con estos datos encima de la mesa, no es de extrañar que los sectores tradicionales (antes reticentes) se decidan recientemente a acercar posturas para trabajar junto a estos nuevos actores que están transformando la manera en la que compramos, alquilamos y vendemos. La pregunta que nos hacemos desde Concepto05 es ¿hacia dónde camina el futuro de las ‘sharing economies’ y qué consecuencias vienen con ellas?
Nos es la primera vez que desde la agencia intentamos desgranar las dos caras de la moneda en los negocios colaborativos que para la era digital vendrían a ser una especie de Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Incluso desde su revista, la prestigiosa Harvard University ha tenido que desmitificar el concepto de sharing para hablar más bien de una economía de utilidad o acceso en donde el propio avance tecnológico permite que las plataformas P2P hagan de las transacciones algo más ágil, manejable y barato en todo aquel entorno que irrumpen.
La dinamización provocada por este tipo de economías es una clara oportunidad para que players entren en el juego digital, como bien señalaba nuestro director Marcos G. Piñeiro en su último post. Pero este nuevo flujo creado entre proveedores, intermediarios y usuario también exige de nuevas leyes y marcos de actuación por los grandes cambios que suponen a muy diferentes niveles:
¿Las economías colaborativas crean empleo o lo destruyen? Esta es una de las cuestiones que mayor debate genera. Los seguidores de esta corriente afirman que, gracias a la flexibilidad y la autonomía ofrecida por la economía colaborativa, las personas consiguen un acceso más directo a la remuneración o ingresos extras (ej. estudiantes o jubilados) aumentando así su capacidad de ahorro o inversión personal.
Desde el otro lado, los detractores hablan de una precarización constante de las condiciones laborales que se consideran además desleales. El caso más sintomático es el de Cabify o Uber en Estados Unidos, cuyas estadísticas demográficas sobre el perfil de conductores que se unen a la plataforma son muy similares al del taxista profesionales.
La alta proliferación de estos servicios ‘on demand’ es capaz de reducir mucho los precios pero a la vez deriva en mercados más liberalizados y con menos garantías para los trabajadores.
El uso de plataformas o apps P2P también están modelando ciertos comportamientos entre los consumidores más jóvenes (25-39) que con más frecuencia optan por compartir recursos bien sea para viajar, moverse por la ciudad o contratar servicios.
La predisposición a usar estos servicios incrementa año tras año en todo el mundo. Particularmente alto es el interés que genera este tipo de plataformas en países asiáticos y latinoamericanos, tal y como vemos en el siguiente gráfico sacado de un estudio reciente de Nielsen.
En términos de branding, el potencial de las grandes startups se deja notar y hace tambalear los resultados de sus competidores más directos que en muchos casos no son capaces de superar el discurso amigable y ‘pro-comunidad’ que tan inteligentemente han construido empresas como Airbnb (muy centrado en la innovación de producto)
Y es que esta revolución empresarial también llega al lado del marketing con modelos de negocio cada vez más mainstream pero capaces al mismo tiempo de mantener ese toque ‘hype’ que les hace irresistible sobre todo frente a los millennials.
Veremos si a largo plazo la influencia global de la economía colaborativa consigue afrontar el gran reto de impulsar realmente una cultura de consumo eficiente, duradero y responsable.