Las redes sociales han llegado para quedarse, incluso para convertirse en un factor fundamental para nuestras relaciones personales. En el inicio del siglo XXI hemos evolucionado hasta ser ‘homo publicus’, de modo que prácticamente la totalidad de las personas aparecen de algún modo en la red: bien Google da resultados sobre nosotros, tenemos un perfil para buscar trabajo en portales de empleo, aparecemos citados en algún artículo del B.O.E., existen datos más o menos personales dispersos por la red, y por supuesto tenemos perfiles en redes sociales, donde compartimos contenido con nuestros amigos o con nuestros contactos profesionales.
Ante esta accesibilidad a nuestros datos, se ha generado un interesante debate en los últimos años sobre la conveniencia o no de mezclar lo personal con lo profesional. A menudo sucede que confundimos a nuestros amigos profesionales en redes sociales con prescriptores, pero esa distinción, en términos generales, ya no tiene sentido. Como decíamos, somos ‘homo publicus’, de modo que si no deseamos que una información sobre nosotros aparezca en la red, no debemos publicarla. Y punto. No existen «Los 5 pasos clave para unificar correctamente nuestro perfil público y nuestro privado«, es una tarea que exige aplicar la razón.
La única manera de medir qué publicar o no en nuestros perfiles de redes sociales para que los demás se no creen un concepto erróneo de nosotros es el sentido común. Por ejemplo, un periodista influyente puede colgar en Facebook un enlace a su artículo sobre la enfermedad de Chávez publicado en el medio de tirada nacional habitual; una foto de un chuletón con copa de Rioja incluida en Instagram; un vídeo de Youtube de un tema de punk rock que ha escuchado después de varios años; analizar la hipocresía de Díaz Ferrán a través de tweets o linkear a un blog sobre la serie The Walking Dead. Todo en un mismo fin de semana. De sus casi 2.300 amigos, unos se sentirán interesados por un contenido y otros por otro, como es natural. El hecho de que al emisor le guste el rock duro o flipe con series de zombies, no restará valor a su artículo sobre la Carta Magna venezolana y qué dice esta ante la supuesta muerte de un presidente antes del fin de su mandato.
Nuestro nombre es nuestra marca
Para quienes vivimos de la publicación, gestión o desarrollo en 2.0, nuestro nombre es nuestra marca. Por eso, nuestro perfil de Facebook, de LinkedIn, de Twitter o nuestro blog, debe ser identificativo. Respecto a los blogs o las webs, en mi caso personal llevaba años usando uno con La Coctelera, en el que escribía con un pseudónimo y expresaba lo que me venía en gana: relatos, críticas de discos, artículos de humor, etc. Generé una pequeña pero fiel comunidad. Poco después obtuve algunos premios literarios de importancia y comencé a publicar artículos interesantes en revistas especializadas. Fue entonces cuando comprendí que había llegado la hora de convertir mi nombre en marca.
Aún más interesante resulta este análisis si nos fijamos en la figura del community manager. Al tratarse de una profesión relativamente joven, es habitual que nuestro perfil personal sea anterior al cargo, y por ello que nuestros perfiles sociales no tengan que ver con la actividad o el producto para el que trabajamos. ¿Debemos entonces usar nuestro muro o nuestro Twitter para promocionar la marca o empresa para la que trabajamos? La respuesta es no. ¿Debemos crear un perfil nuevo para esas acciones? De ninguna manera. A no ser que la actividad encaje con nuestro perfil personal, o nos interese posicionarnos como prescriptores de ese producto o empresa, siempre deberemos usar las Fan Pages o los perfiles propios del cliente. De otro modo, estaremos vendiendo nuestro perfil como si fuera una «marquesina», seguramente sin recibir por ello nada a cambio. Puede ser una buena idea usarlo como punto de partida, para presentárselo a nuestros amigos que encajan en el ‘target’ y llevarles así a la Fan Page o bien para promociones puntuales, pero nunca utilizarlo como práctica común. Debemos impedir que nuestro perfil se convierta en un tablón de anuncios.
En conclusión, como ‘homo publicus’ que somos, estamos expuestos a los ojos del mundo. La única manera de controlar qué se dice de nosotros y quién lo ve, es el sentido común. Por mucha privacidad que nos quieran vender, nuestras fotos pertenecen a Facebook, nuestra información también, y las empresas buscan nuestro perfil antes de llamarnos para una entrevista de trabajo, además nuestros datos son accesibles… por tanto no hagas nada en la redes que no harías cerca de la casa de tus suegros y usa las redes sociales con moderación. Es tu responsabilidad.
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Apasionado de la estrategia y los modelos de negocios que surgen de la nueva economía digital. Mi labor actual consiste en ofrecer consultoría para empresas que desean mejorar su presencia online, dirigir proyectos basados en estrategias digitales que ayuden a las marcas a ofrecer contenidos capaces de conectar con los usuarios y formar a emprendedores sobre las estrategias a llevar acabo en el entorno online.